martes, 19 de octubre de 2010

El mundo flotante de Jacques Henri Lartigue

Exposición de Lartigue en la CaixaForum de Palma de Mallorca



CaixaForum Palma
Del 20/10/2010 al 23/01/2011
Comisarias: Martine d’Astier de la Vigerie, directora de la Donation Jacques-Henri Lartigue, y Florian Rodari, historiadora de arte.



Desde que empieza a hacer sus primeras fotos a los seis años, Jacques Henri Lartigue (Courbevoie, 1894-Niza, 1986) se propone capturar la espontaneidad, la inocencia, la sinceridad, el juego y la alegría de vivir. Podriamos decir que toda su obra se caracteriza por el deseo de escapar de la gravedad, de huir de los contratiempos y de superar todas las contrariedades. Y lo hace captando imágenes del mundo que le rodea —mujeres bonitas, juegos de infancia, automóviles, aviones, deportistas en competición...— que reflejan la modernidad del cambio de siglo y un estilo de vida que le acompañará para siempre.




Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) es la primera gran exposición antológica que se realiza del fotógrafo en España. Reúne más de doscientas piezas, procedentes de la Donation Jacques Henri Lartigue de París, entre copias modernas, instantáneas originales tomadas y reveladas por él mismo -algunas de ellas con la técnica estereoscópica-, así como cámaras, cuadernos, agendas y algunos tomos del diario que realizó durante toda su vida. La muestra hace especial hincapié en los temas que resultaron una constante durante toda su carrera: la fotografía como instrumento de la memoria, una herramienta para capturar la fragilidad de la existencia y la brevedad de la felicidad. También refleja su particular visión de las mujeres y de un mundo que cambiaba velozmente.



Jacques Henri Lartigue ha sido uno de los referentes visuales del siglo XX. Nació en Courbevoie, cerca de París, hijo de una familia de industriales adinerada. Su padre le compró la primera cámara fotográfica a los ocho años y, desde muy pequeño, empezó a llevar un diario con fotografías y breves textos que le acompañaría durante toda la vida y que constituye un documento extraordinario para conocer la forma de vivir de una generación que descubrió la moda, el deporte y las competiciones de motor. Sus imágenes reflejan la rápida transformación de las costumbres, el estallido de novedades, la vibración de las cosas y, al mismo tiempo, la búsqueda de los pequeños detalles, del instante perdurable y atemporal.



Hasta el año 1963, en que el MOMA presentó su primera exposición antológica, Lartigue era un fotógrafo casi desconocido. Sin embargo, la extraordinaria fuerza de sugestión de sus imágenes explica que su prestigio no haya parado de crecer desde aquel momento.



Lartigue capturó la vida a su alrededor, la exaltación de la felicidad y la alegría de vivir y lo hizo con unas ideas estéticas que proponían la renovación del lenguaje fotográfico. También se dedicó a la pintura y al cine. Fue director de fotografía en muchas películas de directores como François Truffaut o Federico Fellini.



Aunque sus imágenes son contemporáneas de un periodo repleto de convulsiones y cambios sociales —la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa o la ocupación nazi de Francia—, Lartigue no fijó su atención en estos conflictos. Su obra no refleja los cambios políticos; pero sus instantáneas, se convierte en un documento único de una época y una forma de vida. Su fotografía remite siempre a la inocencia, la espontaneidad y la alegría de vivir.

Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986)




Los 'saltos' a la felicidad fotográfica de Lartigue

Artículo de Laura Jurado en el Mundo

Jacques Henri Lartigue fue siempre un niño enfermizo. Sus dolencias le permitieron evitar las dos guerras mundiales, pero también le impidieron ir a la escuela. Fue aquella sensación de vivir al margen del mundo la que le inculcó el miedo a que un día todo, tal vez él incluido, desapareciera. Tomó conciencia de que la felicidad, y la propia vida, eran un instante si no perdido sí a punto de desvanecerse. Un éxtasis difuso que se movía con la gracilidad de un nadador y con la velocidad de un piloto de carreras. Cuando a los ocho años llegó a sus manos la primera cámara fotográfica, encontró la manera de poder atrapar ese segundo. Ahora su obra llega a CaixaFòrum Palma con una gran retrospectiva bajo el título Un mundo flotante.
Postrado en una cama de algodones o con los ojos oteando sobre la superficie de una bañera a rebosar, la vida de Jacques Henri Lartigue sufrió un vuelco cuando apenas era un niño. Aquel cuerpo enfermizo le había descubierto que, como la memoria, la felicidad sufría la permanente amenaza de desvanecerse. «Yo nací feliz», escribiría tiempo después, pero de pronto su felicidad vital parecía poder desaparecer sin previo aviso.
Tenía sólo ocho años cuando su padre le regaló la primera cámara fotográfica. El aparato era la herramienta perfecta no para detener el tiempo pero sí para inmortalizarlo, para retrasar lo inevitable. Sus inquietudes eran las mismas que aquel siglo XX que se iniciaba dominado por la idea de la velocidad: los transportes, acelerador mediante, reducían las distancias y el tiempo se relativizaba gracias a Einstein.
Bajo el título Un mundo flotante. Jacques Henri Lartigue (1894-1986), CaixaFòrum Palma acoge desde hoy la primera gran retrospectiva del artista francés con más de 200 piezas procedentes de la Donation Jacques Henri Lartigue. «Hacia el final de su vida donó toda su obra al estado francés con la condición de itinerarla y no atarla a un centro. Huía de los museos porque eran lo contrario de todo lo que él amaba, de la viveza y la velocidad», explicaba ayer la presidenta de la institución, Marysse Cordesse.
Su nombre fue un descubrimiento tardío para el mundo. Tenía casi 70 años y el Museo de Arte Moderno de Nueva York decidió convertirlo en el primer artista que expusiera en el área de fotografía. Fue el primer paso, incluso, para ser reconocido en su Francia natal. Lartigue nunca quiso ser fotógrafo. Aquella afición autodidacta era sólo fruto de su obsesión. «Él soñaba con ser pintor y ganarse la vida con la pintura. Llegó a exponer con Monet, pero sus cuadros no estaban a la altura de sus instantáneas», recuerda Cordesse.
Nunca entendió la fotografía como profesión, por eso vivió al margen de los movimientos artísticos que llenaban las pinacotecas y de la crítica empeñada en ensalzarlos o hacerlos caer. Como persona, apenas prestó atención a las continuas convulsiones experimentadas por su país: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa o la ocupación nazi. Lo suyo era el intento de preservar la inocencia y la alegría de vivir. El retrato de la opulencia, la tranquilidad y la futilidad de la burguesía francesa.
Agazapado tras los árboles de la avenida del Bois de Boulogne, Lartigue cazó sus primeros retratos femeninos: los de aquellas mujeres distinguidas que paseaban sus vestidos nuevos por el bulevar. No buscaba el detalle de sus tejidos sino su apariencia elegante. Su amante Renée sería la única en posar frente a su objetivo. Sus tres mujeres -Coco, Florette y Bibi-, un retrato en medio de una placidez inmóvil. La misma que la mirada de Bibi en casa del doctor Boucard en medio de un tango.
«La vida es algo maravilloso que baila, salta, vuela, ríe y pasa», escribió. Un mundo flotante -que se podrá visitar hasta el próximo 23 de enero- es el retrato de una joven de espaldas sobre la arena de una playa de Hendaya. Las últimas brazadas de un bañista en una puesta de sol en Hyères. Un chapuzón de su hermano Zissou con las piernas a punto de tocar el agua. El cuerpo humano, a veces apenas intuido entre las sombras, era el mejor lienzo sobre el que escribir la fugacidad.
Las máquinas impulsaron a Lartigue el intento de captar la realidad física de la velocidad y sus deformaciones en los objetos, «con el resultado de una realidad etérea, flotante», como recordó ayer la directora de CaixaFòrum Palma, Margarita Pérez-Villegas. Encoger el espacio y alargar el tiempo en un nuevo concepto de panorámicas. Las ruedas de una carrera de bobsleighs, los despegues del concurso de bicicletas voladoras en el velódromo del Parc des Princes, los primeros accidentes de la aviación o el retrato de su padre a 80 kilómetros por hora.
Obsesionado por la meteorología y los olores, Lartigue -al que muchos denominaron el mago del instante- construiría toda su obra sobre la búsqueda del mismo tiempo perdido que le ataría a Marcel Proust para la posteridad.

viernes, 15 de octubre de 2010

Petite Mort coreografía de Jirí Kylián




Estrenado por el Nederlands Dans Theater, en el Festival de Salzburgo, en 1991. Jirí Kylián creó este ballet para el Festival de Salzburgo con motivo del segundo centenario de la muerte de Mozart. Los fragmentos musicales pertenecen a dos de los conciertos de piano de Mozart.




"La danza es idealista, siempre sobrevive, no le afectará la crisis”
Texto de Maricel Chavarría

El coreógrafo Jirí Kylián, cuyas creaciones se disputan las mejores compañías del mundo, ha impregnado de excelencia y originalidad la danza contemporánea de las últimas décadas. Dejó su Praga natal tras la Primavera del 68 y aprendió de John Cranko a ser un artista libre. Durante sus 25 años como director del Nederlands Dans Theater, estimuló a figuras como Nacho Duato o Catherine Allard. Hoy, a sus 61 años, sólo aspira a dejar de crear bajo contrato.

El viento húmedo que azota La Haya empuja la puerta trasera del Lucent Danstheater, y cual gato negro aparece en lo alto de un rellano un enigmático Jirí Kylián. El coreógrafo de origen checo afincado en Holanda, uno de los más influyentes de este siglo y del anterior, interrumpe su ensayo con la compañía joven del Nederlands Dans Theater (NDT2) para salir al encuentro del Magazine. Su cálido humor, su verbo preciso y esa calma eslava hacen temer que vaya a ser él quien diseccione a la visitante y no a la inversa. Durante 25 años dirigió ese teatro holandés, el único con compañía propia –que, por cierto, recalará esta semana en el Liceu de Barcelona– y que está dedicado enteramente a la danza.
Sabio, ecléctico, a punto de cumplir 62 y cansado de crear obedeciendo a encargos, Kylián celebra que este 2009 finalice el contrato que le obliga a crear una pieza al año para el NDT. “Sólo deseo tener una agenda en blanco, no planear nada”, confiesa.
Por suerte para esos jóvenes del NDT2 que hoy tienen el privilegio de dar forma a las ensoñaciones intuitivas de Kylián, el maná de este artista está lejos de secarse. Gods and Dogs (dioses y perros) es la pieza en la que le hallamos inmerso. Pura orfebrería.

En esta pieza, aborda la los límites de la locura. ¿Le preocupa la demencia?
Hay cierto grado de locura en todos nosotros. Intento explorar ese momento extraño en el que aparece una persona lúcida y te dice que te has vuelto loco y que hay que tratarte, o incluso que debes ser internado para no hacerle daño a nadie. Es un momento delicado porque lo que es normal para uno no lo es para otro. ¿Cuáles son los criterios? ¿Quién decide y en qué momento?

Son muy jóvenes sus bailarines, y usted les hace bailar frases tortuosas. ¿Le devuelven lo que espera?
Tengo que alimentarles más, pero me dan una enorme energía. Lo que usted ha visto hasta ahora en esta fase de creación es todavía muy estético; será más tortuoso. Es interesante ver a gente joven interpretando un material tan emocional porque no tienen ni idea, son demasiado jóvenes, no han tenido experiencia. Tienen que usar su fantasía, y eso es excitante.

¿Gratifica cultivar bailarines júnior?
La compañía joven trae una energía fantástica. Con la principal aprendo de ellos y ellos de mí, a un 50 por ciento. Y con la NDT3, la de bailarines de más de 40 años, que por cierto ya no existe, aprendí aún más. Era como leer un libro buenísimo.

¿Por qué no sigue adelante esa compañía?
Cesó hace un par de años por razones financieras. Me enfadé mucho. Cerrándola, el NDT arrebató la esperanza a la gente joven. Era una muestra de lo que se es capaz por encima de los 40.
¿Le sorprende que otras compañías relevantes no hayan copiado esa fórmula suya?
En realidad, no, porque has de tener un coreógrafo interesado en hacer algo para esos bailarines. Necesitas un cerebro y un espíritu que les alimente. Para la NDT3 hicieron piezas John Neumaier, William Forsythe, Nacho Duato, Maurice Béjart, Robert Wilson… contentos de trabajar con artistas tan fantásticos.

El bailarín Mijail Baryshnikov tampoco siente la necesidad de retirarse de los escenarios de la danza. ¿No le ha apetecido trabajar con él?
Intento evitar a las grandes estrellas. Nureyev quiso trabajar conmigo, pero me negué. Una vez le escribí diciéndole que le adoraba y que prefería seguir pensando en él como le imaginaba y no como realmente era. No quería destruir la leyenda. Porque podía ser una persona terrible, catastrófica.

¿Y usted? ¿No se siente un mito?
Hay personas que me cuentan que algo así se ha creado a mi alrededor, pero no lo sé. Yo no me siento un mito. Soy bastante tímido, no me gusta ponerme bajo los focos.

Pero ¿qué me dice de esa energía exhibicionista suya?
¿Sabe?, tal vez pensará que estoy loco, pero una vez tuve una experiencia increíble: sentí que algo se había creado a través de mí, que yo no lo había creado.


¿Como si fuera un médium?
Sí. Imagínese: creé un dueto en un solo ensayo. La música iba a ser La pregunta sin respuesta, del compositor Charles Ives, pero no la habíamos oído todavía. “Vamos a hacerlo con la música”, dije, y bailarines y música acabaron a la vez… Rompimos todos a llorar. Fue un momento excepcional, muy poderoso. Y yo no tengo poderes psíquicos ni nada de eso.

Una de sus fluidas y suaves piezas que han pasado este nuevo siglo por el Liceu barcelonés fue One of a Kind, con música de Benjamin Britten o John Cage. Su fraseo gestual va ganando en independencia de la música…
La música es un arte primario. Pintar, también: uno coge un pincel y dice lo que tiene que decir. En cambio, la coreografía tiene ese estig-ma de ser un arte secundario, pues el coreógrafo reacciona a la música, o bien tiene un compositor que crea para él, que es muy distinto. A mí me gusta tomar música clásica de un periodo entre Gesualdo y Beethoven y dársela a un compositor que la des-compone y reconstruye: me encanta esa reminiscencia de tiempos pasados transportados al lenguaje actual, esa tensión entre clásica y contemporánea. Lo que no haré nunca más es decir en movimientos lo que ya estaba dicho en música.

¿Y qué hay de sus pasos a dos? Es un diálogo cada vez más abstracto que no se produce necesariamente con el otro. ¿Es su particular visión de la pareja?
Sí. Me encanta trabajar con dos personas juntas, son el alfa y omega de mi trabajo, porque creo que si sabes algo y no lo compartes con alguien, no tiene valor. Por eso siempre planteo este intercambio entre dos personas, que debe ser cercano, cálido. Por alguna razón hago piezas en las que ambos seres están en contacto, pero sus mentes están en otra parte. Supongo que es una progresión natural en la vida cuando, estando junto a otra persona, acumulas esas experiencias locas, esas dificultades. Es la imposibilidad de estar con alguien. Yo he pasado 36 años junto a una persona [la bailarina Sabine Kupferberg], pero siempre ha sido un ahora estamos, ahora no... Es imposible estar con alguien al cien por cien, ¿no cree? ¿Qué me dice de usted?
Me temo que tiene razón. Dígame, ¿qué puede esperar la danza de estos tiempos de crisis?
Los bailarines son idealistas, siempre sobreviven, no se verán afectados por la crisis. La crisis estimula la fantasía. En mi infancia, en Checoslovaquia, cuando el comunismo era muy duro, los artistas florecían.

Usted dejó Praga en el 68 mientras entraban los tanques soviéticos a sofocar la Primavera. Ya no podía volver. John Cranko le había invitado a unirse al Ballet de Stuttgart. ¿Cómo le influyó ese personaje?
Cranko era una suerte de renacentista, tenía vastos conocimientos, había recibido una educación. Recuerdo que estaba yo trabajando en el estudio y alguien hacía una película sobre él. Se acercaron, y ese hombre le preguntó: “¿Cree que Kylián se convertirá en otro Cranko?”. A lo que él respondió: “Espero que no, espero que se convierta en Kylián”. Le agradezco a Cranko su mentalidad abierta, su idea de que en la vida no se trata de copiar sino de ser original. Todos nos influimos unos a otros, es normal. Hay unos quince directores de danza por el mundo [entre ellos, Nacho Duato o Catherine Allard] que salieron de mi compañía. Están en Japón, España, Suecia… Claro que tendrán influencias mías, pero también de ellos mismos, porque lo que hicimos lo hicimos juntos.

¿Echa de menos una formación sobre el arte de la coreografía?
Cuando estudié durante un año en la escuela Royal Ballet de Londres, me acerqué un día a Ninette de Valois, que era el espíritu de la compañía y de la escuela y le dije: “Señora, disculpe, puedo preguntarle dónde puedo aprender el arte de la coreografía?” Y respondió… “Sólo tienes que mirar las obras maestras, eso es todo.” Pero creo que hay mucho más. Y no hay escuelas. Somos los mayores amateurs del mundo: no aprendimos cómo coreografiar ni a dirigir una compañía. Lo hicimos a base de errores. Y si quieres ser un buen director artístico, debes ser diplomado hasta en psicología y ginecología, y saber cuándo tienen el periodo las chicas. No sabes nada cuando empiezas. Yo sólo tenía 28 años cuando comencé con el NDT.

¿Le dejaron vía libre al menos?
Sí, sí. Los holandeses son muy lúcidos en eso, observan qué puedes hacer y te dejan hacerlo. Yo soy muy cosmopolita. Me gusta haber nacido en Praga, un lugar extraordinario, y luego tener esa mezcla de culturas, de filosofías, de razas e ideas… Pero, imagínese lo que es llevar tres compañías, coreografiar, preocuparme por el dinero… Tenía que dejarlo.

Usted estaba en el avión en el que murió Cranko, de repente, en 1973, de regreso de una gira por Estados Unidos. ¿Piensa en la muerte?
Pienso en ella desde que soy capaz de pensar. Es una compañera constante. Pero no es algo nostálgico, intento no ser nostálgico, nada de Muerte en Venecia, je, je. Pero como dijo Francis Bacon, nacemos sólo para morir, es lo único seguro. No puedo confiar en el Leman Brothers Bank, ni en el Santander… sólo en la muerte. Si fuera banquero, haría un banco llamado Muerte, porque es cien por cien segura.

Ya. Humor checo, supongo. El suicidio de una bailarina le provocó una grave depresión en 1987. ¿Qué aprendió?
Es un sentimiento de no querer vivir en tu cuerpo. Tuve experiencias extracorporales, me sentí flotando en el techo. Pero sobre todo me di cuenta de que nada es importante, nada. Por eso lo conviertes todo en extremadamente importante. Tienes un sentimiento único de libertad cuando le dices a un bailarín: “Haz este movimiento combinado con ese sentimiento y ese tipo de espiritualidad, y te mostraré que es totalmente sustituible, que no tiene por qué ser ese movimiento ni esa espiritualidad. Pero te pido que lo hagas y paso parte de mi vida pidiéndotelo, y tú pasas parte de tu vida haciéndolo, así que, por favor, hazlo increíble, conviértelo en lo más importante de tu vida. Y te mostraré que no es para nada importante”. ¿Lo comprende?

El último Beckett
Inspirado en el arte, la música y el cine, pero defensor de la danza como un arte en sí misma, Jirí Kylián (Praga, 1947) ha evolucionado hacia formas esenciales y abstractas. En Tar and Feathers, una creación del 2006 que el Nederlands Dans Theater (NDT) traerá esta semana al Gran Teatre del Liceu de Barcelona, y en la que el pianista Tomoko Mukaiyama improvisa sobre música de Mozart, hay un elemento extraordinario: la palabra. “Siempre prefiero que se expresen los bailarines a partir del movimiento –comenta Kylián–, pero esta es una excepción. Utilizo el último poema de Beckett, What is the Word (cuál es la palabra). El maestro de la palabra no encuentra la adecuada. Yo mismo, divertido, lo recito en la grabación.”

Sarabande, Sinfonietta, Symphony of Psalms, Petite Mort, Bella figura o One of a Kind son sólo algunas de sus célebres creaciones. Acróbata de niño, estudió en la Royal Ballet de Londres y coincidió en el Ballet de Stuttgart con William Forsythe y John Neumaier, a la sazón bailarines a las órdenes de Cranko. Refugiado en Alemania –once años sin poder regresar a Praga–, le reclamó pronto el NDT, que dirigió hasta 1999. Un encuentro de danzas aborígenes en Australia, en 1980, cambió su perspectiva. “Para esa gente bailar es un modo de vida. Cuando le pregunté a uno de ellos por qué era tan importante, dijo: ‘Porque mi padre me enseñó a mí y yo tengo que enseñar a mi hijo’. ¡Claro!”


Entrevista realizada el 15/03/2009 por Maricel Chavarría

miércoles, 6 de octubre de 2010

Ritual performance de Mayte Bayón en Sa Taronja

Mayte Bayón, improvisa pintando con pintura y luz fluorescente un mundo onírico desde el que emerge.



Música (en directo) de Hernan Livolsi, Ajaak Ebell y Paco Goya.
Sábado, 9 de octubre- 23:00 horas en Sa Taronja.



Web de la artista

martes, 5 de octubre de 2010

Arboles viajeros



Árboles viajeros, recoge aquellos trozos de madera que en su día fueron árboles y que terminaron mecidos por las olas del mar hasta acabar descansando en una playa o entre las rocas de un acantilado. Nadie sabe los lugares que han podido haber visitado, o para que han servido; desposeídos de sus características arbóreas.

Para que continúen su viaje ....